Panorama SUIZA 2/1999 EDITORIAL |
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A pesar de que se Ilaman ROMANDIE, SILVRETTA o SCHWYZ no son ni paisajes, niMontaiñas ni ciudades. Son buques de carga que atraviesan los mares llenos de toneladas de frutas, legumbres o granos que finalmente pararán en millones de cocinas suizas, o que transportan frutos cultivados en Suiza que son procesados en otros países. |
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Estas actividades se implementaron poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Obedeciendo a la necesidad, nuestro país adquirió buques de segunda mano bastante caros para garantizar el abastecimiento del país. Desde entonces, Suiza mantiene la flota de carga más grande de los países sin acceso al mar, con una participación en por miles tan pequeña que pese a ello es ínfima, lo que hace que unos se burlen y otros nos admiren. Tener una flota sin tener puertos exige estar a la vanguardia desde el punto de vista del derecho marítimo. Suiza cumple con esto en las negociaciones internacionales. Nuestro país se ha comprometido a cumplir de manera ejemplar con las normas vigentes. Además de las razones diplomáticas hay motivos emotivos. Aunque durante muchos años Suiza tuvo fama de ser un país en el que fluyen la miel y la leche, esto no bastó. Durante los desór-denes juveniles de los añlos 80s, los jóvenes de las ciudades solicitaron iracundos «Abajo con los Alpes. Vista libre al mar Mediterráneo!» Y esto resuló ser bastante más que un eslogan político. Aparentemente, el mar abierto tiene una atracción muy especial para las personas que viven tierra adentro. Lo que nos fascina es lo distinto que es el mar que hace desaparecer nuestras normas y nos abre nuevos horizontes. Nos permite darle alas a nuestras ideas, relatar anécdotas o inventarnos ideales. Roger de Weck, el redactor del diario «Zeit» comenta al respecto: «Tanto el mar como las montañas nos hacen sentirnos pequeños, ambos nos hacen enfrentarnos a nuestras flaquezas y nos dan fuerza.» Quien conoce a personas infectadas con el virus singular, no duda de que a Suiza lo une un gran amor con el mar. En 1984, junto con una docena de suizos y franceses nos embarcamos en 4 lanchas motorizadas en el río Aare en la capital federal. Nuestra idea era comprobar que Berna queda a orillas del mar. Al cabo de 13 días, 1200 kilómetros y 157 esclusas llegamos al antiguo puerto de Marsella, Francia. El arduo viaje nos demostró que aunque las aguas de los ríos Rin, Ródano, Aare y Reuss desembocan en los mares del Norte, Mediterráneo y Negro, las vuelven a depositar como nubes. Así fue como sentimos en nuestro cuerpo la visión de una Europa unida. Otras personas se embarcan en uno de los 1600 yates (que navegan bajo bandera Suiza) en Basilea donde está la cuna del cordón umbilical que nos une con el mar. Las tripulaciones a menudo dejan atrás a sus parientes, su trabajo y su hogar para explorar los mares. Aparentemcnte, nuestro pasaporte rojo no nos protege de este «mal de mai». Pero no olvidemos a la industria: durante los últimos 100 años la empresa Sulzer de Winterthur fabricó los motores Diesel más potentes y buenos para buques y lo hizo con tal excelencia que ninguna nación marítima quiso prescindir de sus productos. Parece que los marineros no sólo echan de menos al mar sino que son expertos. Nosotros de «Panorama Suizo» quisimos saber por qué el amor por el mar es más duradero que estar enamorado de una linda porteña. Investigamos a fondo y nos encontramos con un país que pese a su pequeñez tiene grandes sueños. Cierro con una cita de Goethe que en el 5º acto de la segunda parte de «Fausto» dice: «El mar abierto libera el espíritu». Esperemos que así sea. |
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